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LIBROS & TECNOLOGÍA

El lugar del libro impreso

El lugar del libro impreso

Nos hacemos eco de un buen artículo firmado por Jordi Mustieles y publicado en soybits.


Repasando por encima los artículos publicados aquí en Soybits en los últimos meses, se distingue una conversación abierta que gira principalmente en torno a la existencia continuada de una demanda y un mercado para el libro impreso y, en consecuencia, a la supervivencia de la industria editorial tal como hoy la conocemos.

Como en cualquier debate generalizado, las posturas gravitan hacia los extremos. Algunos aseguran que hay libro para rato, como Richard Charkin, de Bloomsbury (“continuará habiendo un mercado para los libros impresos durante muchísimo tiempo”), o el doctor Hannes Blum de AbeBooks (“los libros no van a desaparecer… [los dispositivos de lectura] se encuentran muy lejos de ejercer un impacto significativo en el mundo del libro”).

En el extremo opuesto están los que ya dan al libro de papel por muerto, como Jeff Gomez (”print is dead“), o al menos en vías de extinción, como Jeff Bezos, que compara el libro tradicional con el caballo en un mundo de automóviles (“también hay gente que ama a sus caballos, pero no vas a ir montado al trabajo porque le tengas mucho cariño a tu caballo”).

Entre ambos hay también quienes se sitúan en una posición intermedia y preven una situación de coexistencia en la que los editores de letra impresa conservan su negocio aunque cediendo cuota de mercado, como viene a decir Sara Nelson en un artículo reciente (“siempre habrá libros que se puedan leer en píxels y otros que seguirás queriendo leer en la bañera”).

¿Quién está en lo cierto, entonces? A mi modo de ver, la razón se reparte un poco entre todos. Pienso que seguirá habiendo un lugar para el libro impreso, no sé si “durante muchísimo tiempo” (Charkin dixit), pero al menos en un futuro previsible.

Lo que no está nada claro y seguramente deberíamos preguntarnos es qué lugar va a ser ese, quién va a ocuparlo y cuál puede ser la duración de este futuro previsible.

De un modo u otro, parece que la industria editorial está entrando en un proceso de evolución acelerada o “crisis”, como les ha ocurrido antes a otras industrias basadas en contenidos. (Y como bien saben todos los lectores de libros de autoayuda, la palabra “crisis” en chino se escribe con dos caracteres, de los que uno significa “peligro” y otro “oportunidad”.)

La situación, en efecto, es volátil. Intervienen bastantes variables, cualquiera de las cuales puede transformar el panorama de la noche a la mañana, y no me refiero solo a las estrategias de amplio alcance de Google y Amazon, la aparición de dispositivos de lectura mejorados, etc.

Centrándonos en una sola de las cinco razones por las que “los libros impresos pueden desaparecer (en gran medida) del panorama editorial” como indica Hodgkin, ¿cómo afectaría al mercado y a la industria que el precio final de los libros impresos se multiplicara por dos si el precio del petróleo mantiene su escalada al ritmo actual? ¿Y si se multiplica por cuatro? ¿Qué incremento de precios puede soportar el mercado antes de verse abocado a una reestructuración radical?

No; en estos momentos no hay nada que nos permita afirmar que el libro en papel va a desaparecer. En cambio, todo lo que vemos nos induce a suponer que el sector del libro tradicional va a experimentar cambios profundos y probablemente súbitos una vez que se alcance el tipping point, cambios seguramente traumáticos para algunos, que transformarán radicalmente el estado de la industria.

Por otra parte, mientras las editoriales tradicionales afrontan este panorama o se niegan a afrontarlo, ya han empezado a aparecer editoriales nativas de Internet, adaptadas genéticamente al nuevo entorno. La reciente iniciativa de Libro de Notas, en España, podría ser un ejemplo entre otros.

Para este tipo de editoriales (¿podemos llamarlas “e-ditoriales”?) no existe la cuestión digital, porque ya son digitales ellas mismas; no han de convertir ningún modelo de negocio, porque ya se basan en modelos nuevos. Conocen Internet, saben cómo funciona y se mueven en red como pez en el agua: esta es su ventaja competitiva.

Es de suponer que muchas de estas iniciativas fracasarán, porque todavía están explorando modelos de negocio, pero es evidente que, en términos generales, la evolución las favorece. Son la especie nueva y más adaptada.

Podemos prever, entonces, una división significativa del sector editorial: por una parte, un sector tradicional sometido a grandes tensiones en el umbral del cambio y por otra un sector emergente que busca sus caminos, los dos afectados por la incertidumbre.

Cada sector atiende a su propio mercado lector, que no es exactamente el mismo en ambos casos. Sin embargo, estos dos mercados se solapan y es muy previsible que cada vez lo hagan más, con lo que pronto veremos editoriales tradicionales y editoriales de internet compitiendo con distintas armas por un mismo público, por unos mismos lectores dispuestos a pagar por leer.

En esta partida, el bando de “los nuevos” tiene la ventaja evolutiva. Por su parte, “los de toda la vida” tienen a su disposición importantes recursos tangibles e intangibles; un capital de conocimientos y relaciones que puede resultar muy poderoso.

Lo que se deduce en último término es lo que ya sabíamos antes de empezar: quienes estén mejor preparados navegarán el futuro con mayor facilidad y mayores posibilidades de éxito.

¿Cómo prepararse para estos cambios? ¿Qué plazos sería razonable considerar en nuestros planes? Plantearse estas preguntas es parte de la tarea de los editores de hoy, y costaría entender que ninguna empresa editorial pretendiera esquivarla.

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