De la imprenta a internet
Vía: diariodesevilla.com
MY Space es algo así como un escaparate donde se expone lo que tú quieras que sea visto a nivel mundial y sin intermediarios. Es decir, que si has pintado un cuadro, creado una escultura, compuesto o interpretado una canción, escrito un libro o un texto lo cuelgas en My Space y quien visite la página puede conocer tu obra. Esta dispersión cultural me retrotrae a la llegada de la imprenta. Entonces los libros, la expansión cultural, discurrían por las manos de un sector social pudiente y su acceso quedaba limitado a unos pocos ricos e ilustrados. Las diferencias sociales se agudizaban por la cualificación del individuo.
Con la llegada de la máquina que permitía copiar y multiplicar los textos, la cultura comenzó a desparramar su luz entre las callejuelas de las mentes oscuras. Hasta hace poco, los pilares de la pedagogía se sustentaban en los clásicos, las enciclopedias, los museos, los teatros, las salas de cine, etc Para que cualquiera de esas obras llegase a nuestras manos se requería de un arduo y largo proceso de valoración del producto. Es decir, que un autor, para ver su obra publicada, pasaba con angustia por numerosos intermediarios que la calificaban como valiosa o no. Cuántas obras hay en los cajones de las editoriales a la espera de que sean publicadas. Autores frustrados que recibieron una negativa a su publicación.
Hoy, internet y sus blogs, a pesar de que los expertos aseguren que está en pañales ante sus posibilidades futuras, produce el efecto contrario a lo que supuso la imprenta. Si la imprenta multiplicaba por millones una sola obra, ahora son millones las obras que no se pueden multiplicar. Si antes un libro catalogado por su valor y éxito era acercado a millones de personas en el mundo, internet lo que hace es diluir y vaporizar rápidamente cualquier trabajo. Esta fulminación tiene una doble vertiente: la buena y la mala. La buena, que se desintegran las obras malas, y la mala es que, asimismo, se desintegran las buenas. Todo por el desorden de la red, necesitada de criterios y de una ordenación que otorgue credibilidad a la cultura. Antes consultábamos Larousse y ahora los jóvenes se complacen con Wikipedia.
Que la cultura sea diversa es una fuente que empuja el pensamiento, pero la velocidad impide la reflexión, el entendimiento de la vida. Si todas las obras son destacadas con la misma importancia, ¿cómo sabemos de quién debemos aprender y aprehender? ¿Estamos ante la desaparición de las maestrías cuya potenciación incrementaría más el individualismo cultural? ¿Cuáles serán nuestros futuros clásicos? Y propongo un paralelismo con el clásico debate sobre el individualismo del hombre entre Montaigne, Pascal, Maquiavelo, Hobbes, Sade, Kant, hasta Rousseau: el verdadero ser humano (el verdadero autor) se relaciona porque sólo así tiene sentido su vida (en este caso su obra). Que es la de todos.
MY Space es algo así como un escaparate donde se expone lo que tú quieras que sea visto a nivel mundial y sin intermediarios. Es decir, que si has pintado un cuadro, creado una escultura, compuesto o interpretado una canción, escrito un libro o un texto lo cuelgas en My Space y quien visite la página puede conocer tu obra. Esta dispersión cultural me retrotrae a la llegada de la imprenta. Entonces los libros, la expansión cultural, discurrían por las manos de un sector social pudiente y su acceso quedaba limitado a unos pocos ricos e ilustrados. Las diferencias sociales se agudizaban por la cualificación del individuo.
Con la llegada de la máquina que permitía copiar y multiplicar los textos, la cultura comenzó a desparramar su luz entre las callejuelas de las mentes oscuras. Hasta hace poco, los pilares de la pedagogía se sustentaban en los clásicos, las enciclopedias, los museos, los teatros, las salas de cine, etc Para que cualquiera de esas obras llegase a nuestras manos se requería de un arduo y largo proceso de valoración del producto. Es decir, que un autor, para ver su obra publicada, pasaba con angustia por numerosos intermediarios que la calificaban como valiosa o no. Cuántas obras hay en los cajones de las editoriales a la espera de que sean publicadas. Autores frustrados que recibieron una negativa a su publicación.
Hoy, internet y sus blogs, a pesar de que los expertos aseguren que está en pañales ante sus posibilidades futuras, produce el efecto contrario a lo que supuso la imprenta. Si la imprenta multiplicaba por millones una sola obra, ahora son millones las obras que no se pueden multiplicar. Si antes un libro catalogado por su valor y éxito era acercado a millones de personas en el mundo, internet lo que hace es diluir y vaporizar rápidamente cualquier trabajo. Esta fulminación tiene una doble vertiente: la buena y la mala. La buena, que se desintegran las obras malas, y la mala es que, asimismo, se desintegran las buenas. Todo por el desorden de la red, necesitada de criterios y de una ordenación que otorgue credibilidad a la cultura. Antes consultábamos Larousse y ahora los jóvenes se complacen con Wikipedia.
Que la cultura sea diversa es una fuente que empuja el pensamiento, pero la velocidad impide la reflexión, el entendimiento de la vida. Si todas las obras son destacadas con la misma importancia, ¿cómo sabemos de quién debemos aprender y aprehender? ¿Estamos ante la desaparición de las maestrías cuya potenciación incrementaría más el individualismo cultural? ¿Cuáles serán nuestros futuros clásicos? Y propongo un paralelismo con el clásico debate sobre el individualismo del hombre entre Montaigne, Pascal, Maquiavelo, Hobbes, Sade, Kant, hasta Rousseau: el verdadero ser humano (el verdadero autor) se relaciona porque sólo así tiene sentido su vida (en este caso su obra). Que es la de todos.
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